martes, 30 de junio de 2015

Amor es el nombre



Amar, esa es la palabra que se me viene a la mente
para definir lo que siento por sentir, desde esta
pobre alma comprimida a querer en conjugados verbos
que apenas rozan versos, al querer desgranar el espacio
en mil pedazos del devenir casual poblando estos tiempos.

Una necesidad aprieta mi sed, la cual se calmaría con tu aliento,
vivir gracias a ti y sentir que con mi sed estoy vivo.
Un amor que a todos les sonará a capricho pero tan solo
la imperiosa necesidad de acariciarte para sentir tus deseos
entre mis nervios, mientras mis dedos gritan desconsoladamente
ni tan siquiera poder rozarte. Amor, tú has dado sentido a una
herida abierta en el canal de la soledad tanto tiempo sin cauterizar.

Solo deseo amarte con todas las fuerzas que este débil cuerpo
pueda dar a tientas más allá de la locura, llevarte cerca de la fragua
que alimenta el palacio de la razón, y allí, recostados uno frente al otro,
escuchando el crepitar mismo de miles de cicatrices de orígenes épicos,
de amores arrebatados al mismo corazón que unido tuvo que verse
partido, tú y yo, tumbados boca arriba, viendo los espíritus mismos
de los arrepentidos por oportunidades olvidadas bajo camas sudadas,
tú y yo, levantándonos y saliendo huyendo de la pesadilla del desamor.

Mi vida, así te llamaría para siempre, y que el tiempo acompañe al eco
de esta circunstancia que dejo aquí escrita, convirtiéndose en señal tan
inequívoca como las primeras luces que brotan ahora, al alba, en la
concepción misma de nuestra vida en unión.


Antonio Jiménez

miércoles, 24 de junio de 2015

La Balada Del Hombre Muerto



Por bajo talle de polvorienta calle
baja la providencia de un ser sin ser,
que vaga por entero su entera muerte,
sin encontrar morada para servir de posada
a su triste figura. Afirman quienes le ven
que su languidez es fruto de mil abusos
atracados en los sinsabores de la ruin
y distinguida venganza sin nombre.

Va caminando su pena por calles
sin más distinción que el del hombre
muerto, y es sabido por tierras
más vivas que  su antaña lozanía eran triviales
juegos de lealtades al Dólar que desluce agonizante
ante la senectud de sus ahora parcos pasos.

Sin más rostro que carne colgando,
racimos de gusanos por ella luchando,
va renqueando su arrastrado paso entre
las sombras de su amargura, pero nadie
repara en él ya que su sola presencia es
anuncio de la ponzoñosa muerte que acecha.

La balada del hombre muerto, silba el viento,
resuena un eco, quebranto de un duelo
por no estar vivo el más vivo de los señores.
Aquel capataz que recreó el calvario,
y por rosarios rebosantes de sangre invocando
al más grande, a Satanás por ruego en canto,
pidiendo la maldición a tal tirano del campo.

Pero esa noche ya consideraron muchas
las agonías del capataz sin alma, y con armas,
trinchetes, palos y mal ambiente dieron
alivio a este pobre tunante que calma
sus podridos huesos con el sonido del odio.


Antonio Jiménez