miércoles, 24 de junio de 2015

La Balada Del Hombre Muerto



Por bajo talle de polvorienta calle
baja la providencia de un ser sin ser,
que vaga por entero su entera muerte,
sin encontrar morada para servir de posada
a su triste figura. Afirman quienes le ven
que su languidez es fruto de mil abusos
atracados en los sinsabores de la ruin
y distinguida venganza sin nombre.

Va caminando su pena por calles
sin más distinción que el del hombre
muerto, y es sabido por tierras
más vivas que  su antaña lozanía eran triviales
juegos de lealtades al Dólar que desluce agonizante
ante la senectud de sus ahora parcos pasos.

Sin más rostro que carne colgando,
racimos de gusanos por ella luchando,
va renqueando su arrastrado paso entre
las sombras de su amargura, pero nadie
repara en él ya que su sola presencia es
anuncio de la ponzoñosa muerte que acecha.

La balada del hombre muerto, silba el viento,
resuena un eco, quebranto de un duelo
por no estar vivo el más vivo de los señores.
Aquel capataz que recreó el calvario,
y por rosarios rebosantes de sangre invocando
al más grande, a Satanás por ruego en canto,
pidiendo la maldición a tal tirano del campo.

Pero esa noche ya consideraron muchas
las agonías del capataz sin alma, y con armas,
trinchetes, palos y mal ambiente dieron
alivio a este pobre tunante que calma
sus podridos huesos con el sonido del odio.


Antonio Jiménez

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