Amar,
esa es la palabra que se me viene a la mente
para definir
lo que siento por sentir, desde esta
pobre
alma comprimida a querer en conjugados verbos
que
apenas rozan versos, al querer desgranar el espacio
en mil
pedazos del devenir casual poblando estos tiempos.
Una
necesidad aprieta mi sed, la cual se calmaría con tu aliento,
vivir gracias
a ti y sentir que con mi sed estoy vivo.
Un amor
que a todos les sonará a capricho pero tan solo
la imperiosa
necesidad de acariciarte para sentir tus deseos
entre
mis nervios, mientras mis dedos gritan desconsoladamente
ni tan siquiera
poder rozarte. Amor, tú has dado sentido a una
herida
abierta en el canal de la soledad tanto tiempo sin cauterizar.
Solo
deseo amarte con todas las fuerzas que este débil cuerpo
pueda dar
a tientas más allá de la locura, llevarte cerca de la fragua
que
alimenta el palacio de la razón, y allí, recostados uno frente al otro,
escuchando
el crepitar mismo de miles de cicatrices de orígenes épicos,
de
amores arrebatados al mismo corazón que unido tuvo que verse
partido,
tú y yo, tumbados boca arriba, viendo los espíritus mismos
de los
arrepentidos por oportunidades olvidadas bajo camas sudadas,
tú y
yo, levantándonos y saliendo huyendo de la pesadilla del desamor.
Mi
vida, así te llamaría para siempre, y que el tiempo acompañe al eco
de esta
circunstancia que dejo aquí escrita, convirtiéndose en señal tan
inequívoca
como las primeras luces que brotan ahora, al alba, en la
concepción
misma de nuestra vida en unión.
Antonio Jiménez
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